Ningún país cambia si la gente migra a donde las condiciones de vida sean mejores. Para producir el cambio hay que quedarse en el infierno y transformarlo en paraíso. En una semántica marxista la migración es un acto contrarrevolucionario porque disgrega la masa critica necesaria para la revolución, en una semántica fascista la migración es una infame traición a la patria y a la raza. La revolución mundial no existe, porque dice el dicho "el que mucho abarca poco aprieta", hay que abrazar a un número finito de personas y elegir un espacio finito, aprovechando las estructuras preexistentes como el Estado.
Cada migración masiva provoca choques culturales y le roba su puesto de trabajo a los nativos del país, haciendo que ellos también tengan que mudarse a otro lado para conseguir trabajo, repitiéndose el ciclo. Por tanto la migración es liberal, un acto individualista, cuyo móvil es únicamente el beneficio personal, lo que no tendría nada reprochable si estuviera en armonía con el beneficio colectivo. También la migración baja los estándares de leyes del trabajo pues el trabajador extranjero estará dispuesto a aceptar un sueldo menor que el trabajador local, siempre y cuando sea mayor que en su país de origen.
A lo largo de una generación el trabajador extranjero se convertirá en la clase pobre del país que lo recibe, muchas veces formando una etnoclase pobre visiblemente diferenciada y por lo general despreciada por los otros estratos sociales, especialmente la clase media. El latinoamericano se va a Europa a ser un "sucio sudaca viviendo de prestado", así es como le llaman a sus espaldas en la era de la corrección política. Tema aparte son los refugiados políticos y refugiados de guerra que migran de forma casi involuntaria obligados por la fuerza de las circunstancias, pero solo deberían poder estar si todos los países de la región comparten la responsabilidad para minimizar el impacto económico y cultural. A esto también debe ponerse limites claros pues podríamos llamar al migrante por motivos de trabajo un "refugiado económico", y así a través de la manipulación semántica estar permitiendo cambios anarquizantes.
Al final del recorrido de miseria de un país, en el momento menos esperado surgirá un líder, un individuo que tuvo suficiente amor a su tierra de origen y su gente como para no escapar a otra geografía. La tierra prometida es el propio país de origen, pero la mayoría no tomará esa misión como suya, y así dejarán la responsabilidad a los mejores, a los amantes mas fervorosos de su tierra y su gente, que se convertirán en la élite gobernante. Esta élite deberá ser un selecto grupo de fieles servidores dispuestos a las medidas mas radicales. La fórmula perfecta contra la migración masiva será un chip subcutáneo solo para los inmigrantes ilegales y refugiados políticos o de guerra, de esta forma cuando las condiciones cambien en sus países de origen, el Estado hospedador podrá asegurarse de repatriarlos sin que nadie escape.
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