Copio en mi blog este análisis porque me pareció que tiene puntos importantes sobre los que escribir en el futuro, espero que no le moleste a su autor.
...............
Perogrulladas y contradicciones de Jordan Peterson. Por Ernesto Castro
1.
Jordan Peterson es un profesor de psicología de la Universidad de Toronto que se hizo famoso a finales de 2016 por criticar una ley canadiense que obliga a los profesores a dirigirse a los estudiantes transgénero por sus pronombres de elección. El argumento de Peterson es básicamente que la libertad de expresión es valiosa porque permite la búsqueda de la verdad y que, por lo tanto, la autoridad pública tiene legitimidad para prohibir ciertas formas de expresión, como la negación del Holocausto, pero no tiene legitimidad para imponer otras formas de expresión, como el uso de ciertos pronombres. El problema de este argumento es que de sus premisas no solo no se deducen sus conclusiones, sino que además se deducen las conclusiones opuestas. Si la libertad de expresión es valiosa porque permite la búsqueda de la verdad, entonces la autoridad pública solo tiene legitimidad para prohibir o imponer expresiones que no pueden ser ni verdaderas ni falsas, que no tienen valor de verdad o falsedad. Ahora bien, los pronombres no tienen valor de verdad o falsedad; solo pueden ser verdaderas o falsas proposiciones del tipo “El Holocausto nunca tuvo lugar”. Así pues, de las premisas de Peterson se deduce que la autoridad pública no tiene legitimidad para prohibir el negacionismo del Holocausto y sí que tiene legitimidad para imponer el uso de ciertos pronombres.
La conclusión es que, si verdaderamente valoras la libertad de expresión porque permite la búsqueda de la verdad, entonces no deberías preocuparte porque la autoridad pública te prohíba ciertas palabras irrespetuosas o te imponga ciertas palabras respetuosas, pues las palabras sueltas no pueden ser ni verdaderas ni falsas. El enunciado “Los transgénero son enfermos mentales” tiene el mismo valor de verdad o falsedad que “Los transgénero son neurodivergentes”: la referencia, la extensión, la denotación es la misma, pero el sentido, la intensión, la connotación es distinta. El problema del debate sobre los espacios seguros y la libertad de expresión en Norteamérica es que a ninguno de los dos bandos les importa la verdad: al bando de los espacios seguros solo le importa el deber de decir palabras respetuosas y al bando de la libertad de expresión solo le importa el derecho de decir palabras irrespetuosas. A ninguno de los dos bandos les importa saber si la proposición que subyace a estos dos enunciados es verdadera o falsa.
Si los argumentos de Peterson son tan endebles, ¿por qué motivo tiene tanto público? El propio Peterson ha dicho que “la gente vino por el escándalo y se quedó por la psicología”. Y probablemente tenga razón. Peterson es el tipo de psicólogo que necesita una generación de tíos blancos heteros que son llamados “privilegiados” por las izquierdas a pesar de que tienen más dificultades para encontrar trabajo o para formar una familia que sus padres. Peterson enseña que hay que decir la verdad aunque duela; que uno tiene que poder cambiarse a sí mismo antes de poder cambiar el mundo; que hay que tratar a las personas como individuos y no como colectivos; que hay que valorar el orden del capitalismo actual por comparación con el caos de los totalitarismos del siglo XX; etcétera. Yo no tendría nada en contra de esta contracultura de la madurez si no se sostuviese sobre disciplinas prácticamente pseudocientíficas como el psicoanálisis junguiano, la psicología evolutiva o la autoayuda. Para ser un crítico del postmodernismo y del neomarxismo, Peterson tiene una concepción pragmatista y pseudo-darwiniana de la verdad muy próxima a la suya, a saber: es verdadero lo que es útil para mi supervivencia biológica. Por si fuera poco, a la hora de discutir con personas que no piensan como él, Peterson suele utilizar una estrategia retórica muy deshonesta que consiste en tirar la piedra y esconder la mano, esto es, decir algo, y si su interlocutor intenta cuestionarlo, negarlo o matizarlo hasta que pierda todo sentido. Como ha dicho Nathan J. Robinson en su soberbio repaso del personaje:
“La gente puede tener discusiones tan agresivas sobre Peterson, viéndole como cualquier cosa, desde un apologista del fascismo a un liberal ilustrado, porque sus vacuas palabras son una especie de test de Rorschach sobre el que incontables interpretaciones pueden proyectarse”.
Sea como fuere, Peterson y sus seguidores han hecho muy buenas críticas a ciertos excesos de la izquierda. En la ciudad de Madrid se ha bajado por ejemplo el nivel de dificultad de la prueba de acceso al cuerpo de bomberos para promover la paridad de género. Esto es ridículo por una sencilla razón. Por mucho que se baje el nivel de dificultad, es improbable que el porcentaje de mujeres que se presente a esa prueba de acceso alcance la paridad de género. Se estima que actualmente las mujeres representan menos del 15% de las candidatas al cuerpo de bomberos. Esto se debe a factores culturales, que quizás (ojo: quizás) se pueden cambiar mediante la educación, pero también a factores biológicos, que no se pueden cambiar salvo que nos situemos en un escenario de ciencia ficción posthumanista. Aquí se puede formular una pregunta interesante: ¿son legítimas las disparidades que son fruto de decisiones que los individuos creen que son voluntarias pero que en última instancia están determinadas por factores culturales y biológicos que escapan a su control?
2.
Aunque Peterson tiene una orientación ideológica liberal, su posición política es muy próxima a la de intelectuales conservadores como Ben Shapiro. Shapiro es un judío ortodoxo que afirma que no hay racismo estructural hacia los negros en Estados Unidos porque, entre otras razones, el porcentaje de negros detenidos es menor que el porcentaje de crímenes cometidos por negros. Como dijo en una conferencia en la Universidad Wisconsin-Madison en noviembre de 2016:
“En Nueva York, el motivo por el que "detener y cachear” se aplica a las minorías es porque cometen crímenes. Entre enero y junio de 2008, el 98% de todos los asaltantes armados en Nueva York fueron negros o hispanos. Detener y cachear se aplicó en un 86% a negros e hispanos; así que estadísticamente, en realidad, estaban discriminando contra los blancos".
Pero la discriminación estadística no es una discriminación individual si no se tiene en cuenta el tamaño de la muestra. Si en una sociedad hay 100 crímenes, de los cuales el 90% son cometidos por personas de una cierta raza, y hay 200 detenciones, con un 80% de personas de esa raza detenidas, hay una discriminación estadística a favor de esa raza, pero una discriminación individual en contra de esa raza. Estadísticamente hay menos detenidos que criminales (un 10% menos) pero individualmente hay más detenidos que criminales (160 detenidos frente a 90 criminales). Afirmar que no hay ninguna discriminación porque no hay una discriminación estadística es cometer una falacia ecológica.
Alguien podría criticar que en mi ejemplo no he tenido en cuenta a la otra raza, que estaría discriminada tanto estadísticamente (un 10% más detenidos que criminales) como individualmente (40 detenidos por 10 criminales), pues la ratio de detenidos/criminales de esta raza (40/10 = 4) es mayor que la de la otra raza (160/90 = 1,7). Mi réplica es que esta crítica malinterpreta el concepto de discriminación individual y vuelve a incurrir en la falacia ecológica. La discriminación individual es el número total de individuos que son tratados inapropiadamente y es una falacia ecológica hablar de ratios cuando estamos hablando de discriminación individual. El número total de individuos de la primera raza que son tratados inapropiadamente (160 - 90 = 70) es mayor que el de la segunda raza (40 - 10 = 30). Dicho sea de paso, resulta paradójico que algunos críticos del colectivismo incurran tan frecuentemente en la falacia ecológica, esto es, que traten a las personas como estadísticas, como colectivos, en vez de como individuos.
Esta es la falacia que comete por ejemplo Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro cuando afirma que los seres humanos somos cada vez menos violentos porque cada vez muere un porcentaje menor de la población en los conflictos civiles o militares. Estadísticamente, en un conflicto paleolítico entre dos tribus, cada una de las tribus podía perder más de la mitad de la población, mientras que en la Segunda Guerra Mundial, ninguna de los Estados contendientes perdió más de un cuarto de la población. Pero individualmente, en el caso del conflicto paleolítico estamos hablando de unas decenas de personas muertas, mientras que en el caso de la Segunda Guerra Mundial estamos hablando de decenas de millones de personas muertas. Como dijo Mark Twain: hay mentiras, grandes mentiras y luego estadísticas.
3.
Uno de los problemas de Peterson y sus seguidores es su concepción del ser humano como un conjunto de arquetipos junguianos transmitidos desde el Paleolítico a través de los cuentos infantiles y la Biblia. Este problema se manifiesta particularmente en su libro Mapas del significado [Maps of Meaning], donde se pretende explicar el sentido de la vida a partir de la dialéctica entre el caos (lo femenino) y el orden (lo masculino). Esta dialéctica mitológica, que según Peterson lo explica todo, desde el origen de la idea de Dios hasta los totalitarismos del siglo XX, se ilustra con diagramas como estos:
Sin comentarios. Por si fuera poca la pretenciosidad, el epígrafe del libro es una cita del Nuevo Testamento sugiere un paralelismo entre Peterson y Jesucristo (“Revelaré cosas que han estado ocultas desde la creación del mundo”, Mateo 13:35) y en el libro se incluye una carta de Peterson a su padre (¿Dios?) en la que se muestra abrumado ante la magnitud de su hallazgo:
“No sé, papa, pero creo que he descubierto algo de lo que nadie tiene ninguna idea y no estoy seguro de si puedo hacerle justicia. Su alcance es tan extenso que de una sola vez solo puedo ver claramente algunas partes de ello y cada vez es más difícil ponerse a escribir comprensiblemente […] Sea como fuere, me alegro de que tú y mamá estéis bien. Gracias por hacerme la declaración de la renta”.
Hablando de lo divino y de lo humano, otro de los problemas de Peterson y sus seguidores es su tendencia a psicologizar la política. Curiosamente, esta psicologización de la política es un invento del marxismo cultural que Peterson y sus seguidores dicen combatir. Fueron los miembros de la Escuela de Fráncfort los primeros que intentaron vincular la política y la psicología, primero con los estudios psicoanalíticos de Erich Fromm sobre el miedo a la libertad y el sadomasoquismo de las masas en Alemania, y posteriormente con los estudios de psicología social de Theodor Adorno y compañía sobre la personalidad autoritaria en Estados Unidos. Con independencia de la verdad o falsedad de estos estudios, el peligro de esta concepción psicologizante de la política es evidente: si la política se concibe como una lucha entre personalidades, entonces no tiene sentido contrastar opiniones con personas que no piensan como tú, pues la única forma que tienes de hacerles cambiar de opinión es cambiando su personalidad, esto es, reeducándoles, haciendo pedagogía con ellos, obligándoles a que revisen constantemente sus prejuicios. ¿A qué os suena esta retórica? Bingo: al paternalismo —o quizás debería decir “al maternalismo"— de la parte más autoritaria del feminismo contemporáneo.
El problema de esta psicologización de la política es que presupone que la derecha y la izquierda son conceptos unívocos, cuando en verdad son análogos. La izquierda y la derecha se dicen de muchas maneras: no es lo mismo la izquierda socialdemócrata que la izquierda comunista; no es lo mismo la derecha liberal que la derecha conservadora. En este sentido recomiendo la lectura de El mito de la izquierda y El mito de la derecha de Gustavo Bueno. En Norteamérica, donde todos los gobiernos oscilan entre el liberalismo de izquierdas y el conservadurismo de derechas, puede ser cierto que a una persona de izquierdas le gusten las fronteras abiertas y a una persona de derechas le gusten las fronteras cerradas, pero es una generalización etnocéntrica pensar que esto tiene que ser así en todas las partes del mundo.
Pero el problema principal de esta psicologización de la política es que la mayoría de los estudios psicopolíticos que intentan vincular la política y la psicología se refutan a sí mismos. Un ejemplo de esta auto-refutación es el estudio de Jordan Peterson y Christine Brophy sobre la psicología de las personas políticamente correctas. El resultado del estudio es que hay dos tipos de personas políticamente correctas, las autoritarias, que valoran el orden y son poco locuaces, y las igualitarias, que no valoran el orden y son muy locuaces. El único factor que tienen en común los autoritarios y los igualitarios es la compasión. Llámame exigente, pero si haces un estudio para comprobar si hay una psicología de las personas políticamente correctas y compruebas que solo hay un factor en común y que el resto de factores son contradictorios, quizás deberías concluir que la corrección política no es un fenómeno psicológico.
¿Qué es entonces lo políticamente correcto? Yo creo que es imposible ofrecer una definición válida de lo políticamente correcto que vaya más allá de esta definición mínima: lo políticamente correcto para un determinado estrato social = la ideología dominante en ese estrato social. No hay estrato social sin su propia ideología dominante y, por ende, sin su propia corrección política. De hecho, la mayoría de los líderes de la llamada "incorrección política” en Estados Unidos son conservadores que han convertido lemas ideológicos como “aborto = infanticidio” en su propia versión del fenómeno de lo políticamente correcto. O por poner otro ejemplo: desde la Segunda Guerra Mundial la corrección política en Occidente es que no hay ninguna diferencia entre las razas, aunque los científicos siguen discutiendo sobre ello.
4.
Para terminar, quisiera hacer una observación sobre el alarmismo ante la posibilidad de que la dinámica autoritaria de los social justice warriors se exporte de Estados Unidos a Europa. Ignoro el caso de otros países, pero en España esto es claramente alarmista. La dinámica autoritaria de los social justice warriors es indisociable de los campus universitarios estadounidenses. Dos de los ejemplos que se suelen poner de esta dinámica autoritaria son los altercados que se produjeron en 2015 en la Universidad de Yale sobre los disfraces de Halloween y los altercados que se produjeron en 2017 en la Universidad de Evergreen sobre el “Día de Ausencia”, una fiesta propia de la universidad. Este tipo de altercados es improbable que se produzcan en las universidades españolas por dos razones. En primer lugar, la mayoría de las universidades europeas no tienen un campus donde convivan profesores y estudiantes y sean necesarias normas de convivencia hasta para las fiestas. Yo doy clase en la Universidad Complutense de Madrid y el pasado Halloween fui a clase disfrazado de torero sin que nadie me dijese nada. En segundo lugar, las principales universidades europeas son públicas y en ellas los profesores titulares son funcionarios. Algunos creen que el postmodernismo es un invento de los profesores de humanidades y que los postmodernos no quieren competir en un mercado libre de ideas, cuando, en realidad, según la ley de oferta y demanda, los profesores de humanidades ofrecen el postmodernismo porque los alumnos lo demandan según la ley de la oferta y la demanda. En una universidad privada el estudiante, esto es, el cliente siempre tiene la razón y los profesores pueden ser presionados y despedidos porque no son funcionarios.
Aunque los social justice warriors probablemente sean los principales responsables del aumento de la conflictividad en los campus universitarios estadounidenses, la concepción de la convivencia escolar que tienen sus adversarios no es menos inquietante. Véase la interpretación de Los Simpsons que da Peterson, en la que se bromea sobre la importancia de que en la escuela los machitos del orden mantengan a raya a los afeminados del caos: “Sin Nelson, el Rey de los Matones, el colegio pronto se vería desbordado por los resentidos y los quisquillosos como Milhouse, por los narcisistas y los intelectuales como Martin Prince o por los infantiles niños alemanes atiborrados de chocolate como Ralph Wiggums”. Pero la violencia no es solo imprescindible en la enseñanza primaria, según dijo Peterson en una conversación con la feminista disidente Camille Paglia: “Si estás hablando con un hombre con el que no pelearías en ninguna circunstancia, entonces estás hablando con alguien por el que no tienes absolutamente ningún respeto”. ¿Es este el “antídoto contra el caos” del que habla el subtítulo de su último libro?